martes, 13 de diciembre de 2011

La carta

Yo también, como Hervé Joncour, llevé la carta doblada por la mitad y metida en el bolsillo durante días y días. Yo sí entendía la grafía utilizada en ella, pero no alcanzaba a comprender su mensaje, si es que había alguno. Me hablaba de un amigo muy querido, compañero de correrías, al que le gustaba vivir la corriente del río revuelto, sumergiéndose en sus aguas bravas para salir y coger aire cuando era menester, y zambullirse de nuevo y llegar a la orilla agotado y feliz, con las gotas transparentes susurrando en su piel y los ojos de las profundidades sonriéndole en el adiós.
 ¡Qué días aquellos en los que escribían poesía extasiados por esas vivencias en las que no discernían la realidad de la imaginación! Discutían hasta bien entrada la noche, con las venas henchidas de alcohol y las sienes galopando a lo lejos, hasta que les echaban del bar y tambaleaban sus pies hasta la orilla de ese mar tremendo que les acurrucaba hasta el amanecer temprano y cálido, como el amor de esa mujer.
Sí; me contaba, en esa carta doblada por la mitad y metida en mil bolsillo durante días y días, la locura que había sentido por la mujer que su amigo había conocido.
No diré el nombre del loco ni el de su amigo.